"Y, sobre todo, leíamos, leíamos todo lo que nos caía en las manos. Sacábamos libros de todas las bibliotecas públicas y, unos a otros, nos dejábamos prestados los hallazgos que conseguíamos encontrar. Pero la mejor academia, el lugar donde mejor se informaba uno de todas las novedades, era el café".
«El mundo de ayer. Memorias de un europeo». Stefan Zweig.
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sábado, 21 de diciembre de 2013

PERSONALES E INTRANSFERIBLES

Una parte de mi biblioteca
Además de los recuerdos que permanecen de la lectura del texto de un libro, de la historia que nos ha contado su autor, están los recuerdos paralelos que forman parte de la vida del lector, conectados con el libro mismo. Es algo que siempre me ha parecido fascinante. De unos, recuerdo donde los leí, o me viene a la memoria sitios muy concretos, en los que tuvo lugar parte de su lectura; de otros recuerdo lo que pasaba en mi vida cuando los estaba leyendo; otros me recuerdan a personas; de otros recuerdo donde los compré; otros están asociados a anécdotas. Infinidad de recuerdos que varían de un libro a otro. Rara vez me coinciden varios recuerdos distintos en un solo libro, curiosamente. Dos lectores pueden poseer el mismo libro, pero sus recuerdos seguro que son diferentes. En este preciso instante, poso mi mirada en mi biblioteca reflexionando en todo esto, y me fijo en: El Simarilion, de Tolkien; el recuerdo que tengo de este libro, es un parque de cierta localidad de la Costa Brava, a la que iba a trabajar, en el que leí dos de sus capítulos. Sigo con más ejemplos: El camino, de Miguel Delibes, su lectura transcurrió entera en una biblioteca de mi barrio, por allá a principios de los ochenta; me gustó tanto, que una vez leído me lo compré. Northumbria, el último reino, de Bernard Cornwell, me hizo compañía durante una semana en la habitación de un hospital, donde estuve ingresado en junio del 2009. Me alquilo para soñar, de Gabriel García Márquez; este me recuerda a una amiga muy especial, que fue quien me lo regaló. Demian, de Hermann Hesse, que fue el motivo de mil conversaciones con un buen amigo, a mediados de los años ochenta, y además significó el descubrimiento de este colosal autor. Historia de Roma, de Indro Montanelli; recuerdo que lo compré en la desaparecida librería Canuda, y de una conversación con uno de los dueños. El nacionalismo negro en Estados Unidos, de Theodore Draper, me recuerda mi etapa de estudiante, en la Escuela Industrial de Barcelona; un ensayo ahora descatalogado, y muy interesante por cierto. En busca del unicornio, de Juan Eslava Galán, que me recuerda al propio autor, al que conocimos personalmente Oscar, Eugeni y un servidor, en una tarde de otoño en Barcelona. Y seguiría y seguiría hasta completar toda mi biblioteca. En resumidas cuentas, el valor de nuestros libros es personal e intransferible, y por ello, incalculable.

Un saludo.

3 comentarios:

  1. Que razón tienes. Y que acertado de tus comentarios. Yo también tengo recuerdos de algunos libros, y muchísimas veces simplemente me quedo de pie observando los libros en sus estanterías y me encanta. Tienen tanto de contar y de nosotros. Feliz NAVIDAD y disfruta de estos estupendos días.

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  2. Es cierto que algunos de los libros leídos van unidos a recuerdos de nuestra propia existencia.

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  3. Gracias una vez más por vuestros comentarios. Felices Navidades.

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