Voy dando un paseo por
el centro de Barcelona y me topo con una de las librerías más grandes de la
ciudad.
Entro o no entro, esa
es la cuestión, no puedo gastar más este mes; bueno va, entro (maldición). Voy
mirando tranquilamente aquí y allá, con las manos en los bolsillos cuando de
pronto…hummm ese libro, a ver… título sugerente para un amante de los libros
como un servidor: La librería ambulante, bonita
portada además, una foto en blanco y negro en la que aparece un carro cubierto,
con unas letras que pone “BOOKS”; va por un camino anegado de agua y una mujer
desde el borde del camino le da al conductor unos panecillos; parece una escena
de principios de siglo XX en Estados Unidos;
¡ buena, buena pinta,!. Leo la contraportada y queda confirmado que la
novela transcurre a muy principios del siglo XX; me gusta ese periodo de los
USA, sigo leyendo…uff, ya es demasiado, imposible resistirse, empiezo a sudar,
esto promete; me recuerda otras lecturas “norteamericanas” de hace tiempo.Torturándome un poco más leo la presentación, ¡ojo aquí!, ¡no lo hagáis!, ya
que cuenta algo importante que es mejor saber al final. Leo las primeras líneas
del primer capítulo y encuentro un reflexión escrita con gran sencillez, que
por ella sola ya se puede comprar el libro, así que: a la saca; me imagino
gritando: ¡me lo llevoo!, y la gente mirándome.
Llego a casa y empiezo
a leer y a leer, y compruebo que no me he equivocado en mis primeras
impresiones.
La acción se sitúa en
Nueva Inglaterra, a finales de la primera década del siglo XX; en esos Estados
Unidos rurales de atmósfera tan tranquila, con esas granjas, esos hoteles
pequeños y con esas gentes ahorrando para comprarse un Ford.
La protagonista, Helen
McGill, una mujer cercana a los cuarenta, ve como su vida de granjera le
empieza a cambiar cuando su hermano decide hacerse escritor. Y más que le va a
cambiar, pero ya no desvelo más.
Esta es una obra que
todos los amantes de los libros deberían leer. Es un canto a ellos y a las
personas que los leen, incluyendo a los que escriben; un canto también a los
libreros que aman su trabajo; pero también es un canto al amor, a la vida y a
la valentía de vivirla. Añadiría, ahora que lo pienso, que es un canto a la
vida al aire libre.
Escrita con una
sencillez sorprendente y una claridad propia del agua limpia y cristalina, al
tiempo que con la profundidad de corazón que poseen las grandes obras
inmortales. Con un tono de humor tenue y delicado.
Tiene cierta
estructura y ritmo de novela de aventuras, que le confiere gran agilidad y
amenidad, pero sin apartarse de la reflexión.
Los dos protagonistas
tienen un enorme carisma; imposible olvidarlos.
Morley está
considerado un escritor de culto. No me extraña, con semejante libro. Un
servidor se apunta a ese culto.
La editorial
Periférica ha editado hace poco la continuación: La librería encantada.
Christopher
Morley (1890-1957) nació en Harverford,
Pensilvania. Estudió
historia moderna en Oxford. Fue uno de los periodistas más prestigiosos
de su época. Considera a Walt Whitman y a Mark Twain sus maestros.
Un saludo.
Tiene un pinta estupenda. El tema y el periodo en el que transcurre resultan de lo más interesante.
ResponderEliminarSi; tengo la continuación en la pila de pendientes y cualquier día le hinco el diente.
ResponderEliminarA mi, desde luego me encantó; me queda pendiente la segunda parte. A ver si este verano...
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